Robert Lugo, Carmel B. Dyer y Yong Li
Vivimos en una época en la que se prevé un aumento del número de adultos que llegan a una edad avanzada, lo que conlleva una enorme carga financiera para cuidar de estos ancianos, que probablemente desarrollarán enfermedades crónicas, tanto cardiovasculares como neurológicas. Múltiples estudios han demostrado claramente los beneficios del ejercicio para prevenir las enfermedades cardiovasculares y el deterioro cognitivo relacionado con la edad. Teniendo en cuenta los desafíos humanos y económicos previsibles que supone el cuidado de una vasta población de ancianos con enfermedades crónicas, está claro que la prescripción de ejercicios adecuados podría ser una medida de intervención factible, rentable y terapéutica para prevenir las enfermedades cardiovasculares y neurológicas. Sin embargo, no todos los pacientes mayores pueden poseer la capacidad física o cognitiva para realizar ejercicio físico. Por lo tanto, delinear las vías que median estos beneficios inducidos por el ejercicio y comprender cómo manipularlos in vivo puede dar lugar a nuevos enfoques terapéuticos para la prevención del envejecimiento.