José Zihl*
El deterioro cognitivo asociado al envejecimiento mental se evalúa generalmente mediante pruebas estandarizadas; un rendimiento inferior a la media en dichas pruebas se utiliza como indicador de envejecimiento cognitivo patológico. Además, los cambios morfológicos y funcionales en el cerebro se utilizan como parámetros para el deterioro patológico de las capacidades cognitivas relacionado con la edad. Sin embargo, no existe una relación sencilla entre las trayectorias de los cambios en la cognición y los cambios morfológicos o funcionales en el cerebro. Además, un rendimiento inferior a la media en las pruebas no significa necesariamente un deterioro significativo en las actividades cotidianas. Por lo tanto, parece crucial registrar las necesidades cognitivas cotidianas individuales en términos funcionales. Esto también permitiría una evaluación fiable de la validez ecológica de las capacidades cognitivas existentes e insuficientes. Por supuesto, la comprensión y el manejo de los fenómenos y las consecuencias del envejecimiento mental no dependen únicamente de la cognición. La motivación y las emociones, así como las nociones personales sobre la calidad y el sentido de la vida y la satisfacción vital, desempeñan un papel igualmente importante. Esto significa, sin embargo, que la cognición representa solo un aspecto, aunque importante, del envejecimiento mental. Las rutinas y los hábitos para hacer frente a los desafíos de la vida deben enseñarse y adquirirse en la infancia y la edad adulta temprana. Un objetivo deseable es una mayor cooperación entre las ciencias básicas y aplicadas en la investigación sobre el envejecimiento, una rápida traducción de los resultados de la investigación a la práctica y una estrecha cooperación entre todas las disciplinas y profesiones que asesoran y apoyan a las personas mayores.