Udida A. Undiyaundeye
En el momento de su independencia, en 1960, Nigeria ofrecía perspectivas de convertirse en una de las economías más rápidas del mundo y de alcanzar la categoría de industrial en una generación, porque aparentemente contaba con todo lo necesario para alcanzar su objetivo: una agricultura pujante, una clase empresarial asertiva, una clase media en auge, una base financiera adecuada y un entorno financiero externo favorable. Sus perspectivas eran tan brillantes que Malasia vino y consiguió plantones de palma aceitera de su Instituto de Investigación de la Palma Aceitera (NIFOR). Sin embargo, más de cincuenta años después, mientras sus contemporáneos se han sumado a la liga de las economías industriales avanzadas, Nigeria sigue atrapada en las aguas estancadas del mundo subdesarrollado, para gran vergüenza de sus antiguos contemporáneos y disgusto de sus ciudadanos. Este artículo sostiene que la causa de esta trágica experiencia es el fracaso del liderazgo. ¿Quiénes son los efectos multiplicadores del soborno, la corrupción, el saqueo del tesoro y los diversos matices de la inestabilidad política? El efecto agregado de todo esto es un Estado nigeriano postrado, gimiendo bajo el peso de su desgracia política.