Ping Li
Las desigualdades en salud abordan las diferencias sistemáticas en salud que existen entre posiciones socioeconómicas, clases sociales, géneros, etnias o grupos sociales con acceso diferenciado a recursos materiales e inmateriales. Como los investigadores de las desigualdades en salud han señalado con agrado, el término desigualdad indica una diferencia que es injusta, dañina y evitable. En primer lugar, las desigualdades en salud son un problema de injusticia, porque privan de manera poco ética a las personas de oportunidades vitales basadas en su posición en la sociedad. En segundo lugar, las desigualdades en salud son un problema de salud pública, porque impiden que se alcance el pleno potencial de salud de las poblaciones, y también son un problema económico, porque impactan negativamente en el crecimiento económico, el empleo y el gasto público, intimidando la sostenibilidad y la legalidad política. Pocos países están pasando por una transición demográfica importante en este tema. El envejecimiento de nuestras poblaciones muestra un gran desafío para el estado de bienestar tradicional, debido a la creciente tasa de dependencia de la tercera edad y la presión que pone sobre la salud y la atención a largo plazo. La mayor presión sobre nuestras condiciones de bienestar puede obstaculizar nuestra capacidad para reducir las desigualdades en salud. Sin embargo, las desigualdades en materia de salud son una producción social y, por lo tanto, también potencialmente evitables. No obstante, las intervenciones políticas eficaces requieren una comprensión científica de los mecanismos causales que generan las correlaciones fuertes y persistentes entre las condiciones sociales y los resultados en materia de salud. En este artículo abordamos dos debates causales clave en el campo de la investigación sobre las desigualdades en materia de salud y sugerimos cómo superarlos mediante un programa de investigación más amplio e interdisciplinario. En este artículo, analizamos lo que sabemos, lo que no sabemos y lo que ganaríamos, tanto desde una perspectiva de investigación como de políticas, con mejores datos y su utilización. También planificamos una agenda para futuras investigaciones, destacando la necesidad de esquemas complejos capaces de captar la naturaleza multicausal y multidimensional de las desigualdades en materia de salud.
¿La salud está determinada por la posición social o, por el contrario, la mala salud causa pobreza y marginación social? ¿Son las opciones de estilo de vida individuales o los factores sociales más importantes para explicar la mala distribución de la salud y la enfermedad? En términos prácticos, la primera pregunta se refiere al debate sobre la selección, mientras que la segunda se refiere a la distinción entre causas "anteriores" y "posteriores" de las desigualdades en salud. Se trata, en definitiva, de debates sobre la causalidad, en concreto, la relación causal entre la salud, el estatus social y la multiplicidad de mecanismos y procesos que se cree que median entre ellos. También imitan debates ontológicos más generales dentro de las ciencias sociales: el debate naturaleza versus crianza sobre la legitimidad de las explicaciones biológicas, y el debate agencia versus estructura sobre la posición comparativa de las acciones humanas y las estructuras sociales para explicar el comportamiento individual y la organización social.
Resolver estas cuestiones no sólo tiene interés científico, sino que también tiene importantes implicaciones políticas. Los marcos explicativos que elijamos influyen en cómo concebimos la posibilidad práctica de reducir las desigualdades en salud, así como en la legitimidad moral de hacerlo. Las explicaciones conductuales tienden a favorecer las intervenciones centradas en el individuo, mientras que las explicaciones estructurales sugieren la necesidad de una mejora social a gran escala. De manera similar, se puede acusar a las explicaciones biológicas de reducir las desigualdades sanitarias a variaciones "naturales" en la biología y la genómica individuales, replanteando la injusticia social como el resultado inevitable de procesos permanentes. Por lo tanto, el análisis causal no es un proceso neutral en cuanto a valores, y muchos debates sobre los estándares de evidencia en última instancia reproducen debates más profundos entre diferentes objetivos éticos y políticos.