Max Costa, Angélica Ortiz
La toxicidad de los metales se asocia a menudo con enfermedades inflamatorias y carcinogénesis. Diversos compuestos metálicos tienen la capacidad de inducir daños en el ADN y provocar cambios epigenéticos que contribuyen a la transformación celular y al cáncer. Comprender las vías alteradas que provocan estos metales y compuestos metálicos ayuda en la atención preventiva, así como en el establecimiento de regímenes terapéuticos. A medida que el entorno ambiental se contamina con estos metales tóxicos, los estudios también han demostrado una creciente capacidad de los metales designados como carcinógenos para exhibir también neurotoxicidad. A menudo se piensa que el cerebro es un órgano protegido dentro de los confines del cráneo y protegido de sustancias extrañas por la barrera hematoencefálica. Desafortunadamente, los metales cancerígenos existen como compuestos que confieren su capacidad de entrar en el cerebro y acumularse, y en muchos casos lo hacen destruyendo la barrera hematoencefálica. La presencia y acumulación de estos compuestos perniciosos activa vías que alteran la neuroquímica que apoya la función cognitiva y motora.