Selvaraj Narayanan*
Tradicionalmente, a los pobres, y en especial a las mujeres, no se les ha reconocido como dignos de crédito o capaces de ahorrar, por lo que no se los considera un mercado rentable para el crédito. Esto los obliga a caer en el círculo vicioso de los altos intereses y los altos colaterales que les exigen los prestamistas. El sine quo de ninguna estrategia contra la pobreza es el deseo irreprimible y la capacidad innata de los pobres de mejorar sus condiciones de vida. Por lo tanto, surge la necesidad de sistemas innovadores de concesión de créditos que se aparten de las instituciones de crédito formales orientadas a los colaterales y se dirijan a estructuras informales. Hoy en día, en todo el mundo se ha percibido que las actuaciones de microfinanzas pueden ayudar simultáneamente a aliviar la pobreza y empoderar a las mujeres. Muchas instituciones y programas de microcrédito (IMF/P) se han dirigido a las mujeres que viven en hogares con pocos o ningún activo. Estas IMF/P han aumentado significativamente la seguridad, la autonomía, la confianza en sí mismas y el estatus de las mujeres dentro de los hogares al brindarles oportunidades de trabajo por cuenta propia. El microcrédito administrado y utilizado por las propias mujeres prestatarias tiene el mayor impacto en la reducción de la pobreza.