Wendu Admasu Darge*
La capacidad de detectar y preparar una respuesta de defensa frente a microorganismos patógenos potenciales ha sido fundamental para la evolución y el éxito del desarrollo de las plantas modernas. Las plantas suelen ser explotadas como fuente de alimento y refugio por una amplia gama de parásitos, incluidos virus, bacterias, hongos, nematodos, insectos e incluso otras plantas. Durante la larga historia de coevolución entre el huésped y los patógenos, la respuesta inmunitaria de las plantas ha culminado en un sistema de defensa altamente capaz de resistir el ataque potencial de los patógenos microbianos. El sistema inmunitario de las plantas se compone de fuertes sistemas de vigilancia, que reconocen las moléculas microbianas mediante vías de transducción de señales que plantean respuestas fisiológicas que, en última instancia, permiten a las plantas cambiar del modo de crecimiento y desarrollo al modo de defensa, rechazando la mayoría de los microbios potencialmente dañinos.
La interacción huésped-patógeno es la forma en que un patógeno (virus, bacteria, prión, hongo y viroide) interactúa con su huésped. Los patógenos se adaptan a los cambios del huésped y encuentran formas alternativas de sobrevivir e infectar al huésped.
Las interacciones entre los genes de resistencia a enfermedades (R) en las plantas y sus correspondientes genes de avirulencia (Avr) de patógenos son los determinantes clave de si una planta es susceptible o inmune al ataque de un patógeno.
Las plantas resisten las enfermedades causadas por patógenos utilizando elementos constitucionales pasivos de resistencia vegetal como capas cerosas, cutículas, capas de corcho, polímeros de la pared celular, lenticelas, estomas y tricomas, y mecanismos de defensa activos que implican la acumulación de fitoalexinas, fenoles, etileno, enzimas hidrolíticas, peroxidasas y numerosas proteínas relacionadas con el estrés.