Rafael Luis
La pandemia de COVID-19 es una importante crisis sanitaria que afecta a varias naciones, con más de 720.000 casos y 33.000 muertes confirmadas notificadas hasta la fecha. Estos brotes generalizados están asociados con consecuencias adversas para la salud mental. La evidencia preliminar sugiere que los síntomas de ansiedad y depresión (16-28%) y el estrés autodeclarado (8%) son reacciones psicológicas comunes a la pandemia de COVID-19 y pueden estar asociados con trastornos del sueño. Varias variables individuales y estructurales moderan este riesgo. Al planificar los servicios para estas poblaciones, deben tenerse en cuenta tanto las necesidades de las personas afectadas como las pautas preventivas necesarias. Aunque se reconocen como medidas efectivas para frenar la propagación del brote de COVID-19, se ha sugerido que el distanciamiento social y el autoaislamiento generan una carga en toda la población. El confinamiento domiciliario por COVID-19 tuvo un efecto negativo en el bienestar mental y el estado emocional (P < 0,001; 0,43 ≤ d ≤ 0,65) y una mayor proporción de personas experimentaron trastornos psicosociales y emocionales (10 % a 16,5 %). Estos efectos psicosociales se asociaron con conductas de estilo de vida poco saludables, y una mayor proporción de personas experimentaron (i) inactividad física (+15,2 %) y social (71,2 %), (ii) mala calidad del sueño (12,8 %), (iii) conductas alimentarias poco saludables (10 %) y (iv) desempleo (6 %). Por el contrario, los participantes demostraron un mayor uso (15 %) de soluciones tecnológicas durante el período de confinamiento. Estos hallazgos aclaran el riesgo de tensión psicosocial durante el actual período de confinamiento domiciliario y brindan una clara indicación para la implementación urgente de una intervención basada en la tecnología para fomentar un estilo de vida de confinamiento activo y saludable (AHCL, por sus siglas en inglés).